MIRADAS AUDITIVAS
El evento CINE-MIX se basó durante sus primeras sesiones en la presentación de un montaje de cortes de películas de todas las épocas del cine, de todo género y nacionalidad. El fin no era, de hecho, centrar la atención sobre la imagen, sino sobre el elemento muy a menudo despreciado del cine, es decir su música. Porque no se puede hablar de respeto cuando un compositor ve sus melodías recortadas según las necesidades del montaje, o que fuera del ámbito cinematográfico se usen sin el más mínimo respeto las melodías del 7º arte en los peores espacios consumistas, tanto como en la nueva generación de música electrónica que ni siquiera se molesta en poner el nombre del compositor de la obra que han escogido para dar brillo a sus fríos ambientes. Así que para de algún modo, dar a conocer lo que era esta música, y sus compositores, hice montajes sin narración que respetaban la lógica del cine, y cuyo papel era servir de fondo a la música, al revés de lo que ocurre en la realidad. Estos módulos se repetían cada 7 o 15 minutos dejando claros los cambios emocionales que podían ocurrir cuando una imagen ya vista aparecía con una música diferente.
Con el paso del tiempo, la mirada sobre las cosas cambia, tanto sobre las que has hecho como sobre las que quieres hacer. En un estado de espíritu muy diferente, empecé a querer ir más allá de la sencilla demostración técnica de los efectos de la música o de la señalización de su presencia en el cine.
Me pareció que poner sentido a la imagen era inevitable para no caer en un juego ocioso que rozaba demasiado el video clip, aunque no fuera en absoluto similar.
Tenía que poner sentido, tenía que dejar claro mis pensamientos sobre la percepción de la imagen y el papel invisible de la música que hace más apetecible el sinfín de cromos animados que se nos impone en todos los ámbitos. Porque ya, no me parecía tan bonita la música… O mejor dicho, me seguía gustando mucho, y por esta misma razón, no podía más soportar el uso que se hacía de sus encantos por parte de profesionales cuyo único fin era influir de forma insidiosa sobre todas las decisiones que nos toca tomar a diario.
La imagen entonces cogió sentido, sacada de muchas películas comerciales o no comerciales, de documentales, de anuncios, en fin, de todo lo que puede ser la imagen, incluyendo el texto fijo dirigido directamente al espectador impotente. Porque este hecho, la impotencia del espectador era lo que más me interesaba. Estar sentado, mirando lo que no es vida, que puede ser mentira, que puede ser verdad, pero sin tener nunca que participar en nada y corriendo a todo lo largo del visionage el riesgo de verse influido por un contenido en apariencia anodino o peor aún, habitual. Pero más allá del contenido, había la aceptación de todo. El sencillo hecho de sentarse nos hace frágiles, indefensos e impotentes. Mi pregunta es, con este nuevo evento, hasta qué punto podemos mirar, hasta qué punto este otro que podemos ver sufrir a veces es realmente un «otro» separado de nosotros mismos. Cómo hemos podido llegar a la ingestión de estas dosis de imágenes sin rebelarnos más masivamente, sin cuestionar a diario las situaciones repetidas que se nos presentan, sin por fin, hacer uso de los interruptores más a menudo, cuando no sea directamente deshacerse de los aparatos domésticos productores de imágenes agresivas como pueden serlo los televisores. Y por supuesto, apuntar claramente el papel del elemento sonoro en nuestra aceptación tanto como nuestra impotencia por su poder emocional.
Para concluir, solo estas frases, que os harán entender la relación que puede tener este evento con la propuesta » la esclavitud, estamos todos invitados»
Es la frase de Tolstoi: «Allí donde se quiere tener esclavos, hace falta la mayor cantidad de música posible». Esa frase conmovió a Máximo Gorki.
La música asombra al alma y acentúa los actos como las señales que Pavlov dirigía a los perros; «Hipnosis del ritmo continuo que anula el pensamiento y duerme el dolor».
La música aumenta la obediencia y une a todos en esa fusión impersonal, no privada, que engendra toda música.
La canción-señuelo permite atraer y matar. Esa función persiste aún en la música más sutil.
Matar hasta solo el pensamiento o la idea de resistirse, de pensar, de analizar y entonces, de poder defenderse, reaccionar, huir y salvarse.
El mito de Orfeo, nos aclara todavía más las cosas. Gracias al poder de su música, Orfeo pudo liberar a su esposa retenida por los dioses del infierno, embrujándoles con sus melodías. Si la música es capaz de tan fantástico prodigio sobre unos dioses, no cabe duda que sea capaz de convencer al más cabezota de los seres humanos para que compre tal o tal producto o para que se vaya a la guerra marcando el paso.
Laurent Dif