En CRUCE, los
próximos 3 de mayo, 24 de mayo y 14 de junio
PRESENTACIÓN
(pdf: Lucus a non lucendo)
Hagamos la prueba. Probemos a hacer —a abrir— un Lucus a non lucendo, a hacerlo haciendo, con ello, quizás, filosofía. La filosofía refugiada o atrincherada en su Lucus a non lucendo, en su antífrasis, a la espera de nada, en busca de nada, pero a prueba en el todo, donde todo es todo lo que merece y pide ser pensado.
Gesto retórico, Lucus a non lucendo, donde el «lucus» (el bosque sombrío, sin luz por definición) habría así adquirido su nombre no llamándose por lo que tiene —su sombría oscuridad—, sino por lo que no tiene —la luz a la que le debe su nombre—. Por antífrasis, como decían los gramáticos latinos, el Lucus, es lugar al mismo tiempo de luz y de sombra: luz que desde el primer momento de su existencia no tiene (que no está en su ser), pero que todo el tiempo de su designación tiene (puesto que está siempre en su nombre), siendo aquello que es por lo que no es y aquello que no es por lo que es, sin solución de continuidad. Ejemplo privilegiado de contradicción, Lucus a non lucendo acoge al menos dos formas —tal vez no dialécticas— de contradecirse: Lucus, que pese a todo nunca será más que un nombre y no una cosa, no sólo contradice lo que dice en el momento en que se dice, sino que ha empezado a existir (y es o existe siempre) en el nombre donde no es.
Por esto mismo, lo que ahora se propone —hacer o abrir un Lucus a non lucendo— tiene también el sentido de proponernos hacer algo a lo que no estamos autorizados. Donde, sin embargo, por el hecho mismo de no estar autorizados a hacer lo que hacemos, precisamente como le sucede al Lucus al que nada autoriza a llamarse así, como una acción que desde su interior desautoriza el alcance de su acción, por eso mismo encontramos en ella, en esa acción destituida, la necesidad de probar a llevarla a cabo. Ortega, en el prólogo de un libro sobre la caza, actividad que confiesa que no practica y de la que dice no tener ningún conocimiento, comienza así: «Lucus a non lucendo.»
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Tarea propuesta que no es sin duda exclusiva de la filosofía, sino que, incluso más fácilmente, podría ser ubicada en el campo del arte o de la literatura, y que no tiene un representante privilegiado que la haya iniciado o descubierto, puesto que cabría detectarla en la obra de muchos escritores, artistas o filósofos. Sin embargo, muy conscientemente queremos reducirla a la filosofía y a un autor lateral que no se autoriza de la filosofía: Maurice Blanchot. ¿Por qué?
1) De todo lo que podría decirse de la filosofía hoy, para bien y para mal, cabe señalar una tentación que ha sufrido y que se ha convertido en su mayor amenaza. Animada por inexplicables complejos, la filosofía ha querido «intervenir en el presente», «salir a la calle», es decir, hablarle al hombre de hoy en su propia lengua, con el claro objeto de ayudarle a modificar su conciencia de sí y del mundo que lo rodea, para, incluso, cambiarlo en lugar de sólo interpretarlo. Ha querido por eso salir de la Universidad y exponer su «saber» en una plaza pública para bien de sus oyentes. ¿Qué ha logrado? Contaminarse con lo que más radicalmente la amenaza. En esa plaza donde reina una hipotética libertad de palabra y pensamiento impera, no obstante y crecientemente, la escombrera del humanismo, la ignorancia oceánica, la insensibilidad como norma y el relativismo «absoluto», alimentados por la basura televisiva, el vómito en cascada de las redes sociales, la atroz uniformidad de esos «yoítos» prefabricados, la concentración microafectiva de la vida reducida a un «me gusta» (o no). En esa plaza, obligada a hablar de lo que pasa en ella, la filosofía se ha visto, por lo tanto, obligada a hablar como se habla en ella, cándidamente convertida, no en su contradictora, sino en su publicista.
No sólo la filosofía se ha visto desbordada (y ocupada) por todo esto, sino que por su frecuentación contagiosa lo ha incorporado a su discurso, a la exposición de su saber. Expertos en nada —como consecuencia de su primordial falta de saber, pero también de su voluntario rebajamiento hasta el nivel que hoy impera en la audiencia—, los «filósofos» se han visto rebajados a una curiosa especie de periodista, de insólito opinador, más decorativo que esencial, donde por el empuje de los tiempos que corren y que lo han convertido en una antigualla, no le queda más que diluirse y desaparecer. No es de extrañar que nadie se escandalice por su más que evidente retroceso en los sistemas de educación: ese extraño y patético personaje que nos habla desde su tribuna debe muy consecuentemente ser sustituido por un comunicador que conozca mejor su oficio, so pena de perder toda su audiencia.
¿Qué hacer? Podría decirse que volver a la Universidad y encerrarse en ella, como si ésta fuera El Álamo. Pero hay dos inconvenientes para ello: en primer lugar, habiendo llegado a confraternizar con los bárbaros, nuestros filósofos han descubierto lo cómodamente que se vive como animal de compañía dentro de esa barbarie imperante y no querrán volver a la indigencia; mientras que, en segundo lugar, cabe dudar con bastante fundamento de la capacidad de combate de quienes eligieran el último fortín, donde serían (seríamos, si se quiere) inmediatamente arrasados. ¿Qué hacer, entonces? Ignoremos ambos lugares (el Ágora y la Universidad — si pueden salvarse, que se salven solos) e inventemos nuevos lugares para pensar en algo que merezca ser pensado. De ahí nuestro Lucus a non lucendo, que nace con la más que humilde vocación de no hacer casi nada, sino leer con la mayor atención algún que otro texto que nos remueva.
2) Ahora será más fácil explicar por qué Maurice Blanchot. Precisamente por su apartamiento, por su facultad de irradiar sombra y no luz, por el cuestionamiento y la impugnación que vienen de y con su escritura, por la exploración de lo extremo que empuja todo su pensamiento, por su invitación a dejarse ocupar por el afuera dándole su lugar, por su resistencia a no dejarse ganar por la facilidad del silencio y de la página en blanco, por su voluntad de permanecer lejos para estar cerca, por la entrega de su amistad (de su philía, de su philo-sophía).
Abrir un Lucus a non lucendo con Blanchot y para Blanchot, para poder decirlo desde Blanchot. Pero, así, entre nosotros. Para, como se decía en nuestro entorno, realizar la experiencia de un sin-lugar o la sin-lugaridad de una experiencia. Leer, hablar, tal vez, pensar. Abrirlo en Cruce —del que cabe preguntarse no sólo si no hay mejor lugar para hacerlo, sino si no hay otro lugar para hacerlo—, durante, al menos, tres jueves cada tres semanas (3 de mayo, 24 de mayo, 14 de junio). Ahí se trabajará sucesivamente sobre tres cuestiones eminentemente blanchotianas que serán comunicados con antelación para que sus textos de acompañamiento puedan llegar leídos a las reuniones:
- Primera sesión (3 de mayo):
La noche misma: «El pensamiento como objeto de algo distinto del pensamiento».
- Segunda sesión (24 de mayo):
La literatura y el derecho a la muerte: «La imposibilidad de morir. La imposibilidad de no ser».
- Tercera sesión (14 de junio):
Ni trascendencia ni inmanencia: «La posición del neutro como relación de tercer género»
Isidro Herrera