Del 5 de julio de 2021 al 14 de julio de 2021 Lunes 17:00 - 20:00h ; Martes a Viernes 11:00 -14:00h y 17:00 - 20:00 h. Sábado 11:00 - 14:00h
El 5 de julio de 2021 a las 19:30h se inaugura en Cruce, de la mano de Prometeo Gallery Ida Pisani de Milano y Galeria Nueva de Madrid, la exposición de las artistas Zehra Doğan,y Regina José Galindo El grito de la verdad
EL GRITO DE LA VERDAD
Zehra Doğan (Turquía, 1989) y Regina José Galindo (Guatemala, 1974) se ocupan, a través de la propia investigación como artistas, de vidas y situaciones que necesitan ser conocidas y salvadas. A través de la reivindicación escapan al olvido y se ofrecen como advertencia a otras vidas.
Con solo poco más de treinta años Zehra Doğan, artista, periodista y activista de origen kurdo, se ha convertido en portavoz de su pueblo, así como del pueblo armenio, cuyas mujeres – incluida su abuela – fueron vendidas como esclavas, convertidas a la fuerza al Islam, víctimas de una violencia inimaginable durante el genocidio que ha tenido lugar entre el 1915-1916. En la trama de la gran Historia solo recientemente ha sido reconocida la deportación y el asesinato de 1,5 millones de personas por parte del Imperio Otomano. Pequeñas grandes historias como las de Fatma, Hawê, Xanê, mujeres privadas incluso de su nombre han dejado de todas formas sus huellas, su testimonio, un ejemplo de coraje y valor.
En 1919, en ocasión del centenario de la masacre, Papa Francisco y Barack Obama – junto al Congreso de los Estados Unidos – han tomado posición oficialmente reconociéndolo como «el primer genocidio del siglo XX”. En la Turquía de Doğan de todas formas persiste un pantanoso negacionismo avalado por el presidente Recep Tayyip Erdoğan. Por esta razón es aún más ensordecedor el grito de las mujeres evocadas por la artista que antes de reducirse al silencio, de dejarse arrollar por los
dogmas impuestos para erradicar sus raíces – o incluso de quitarse la vida – revelan los propios traumas. Traumas que Doğan ha transformado en obras, en muñecas que penden del techo y alrededor de las cuales lienzos y videos inéditos completan el fresco de estas historias que mediante el arte adquieren un carácter eterno. «Los armenios fueron el aperitivo, los kurdos serán el plato principal», repetía a menudo la abuela de Zehra, cuya historia sigue viva a través de las palabras de la madre de la artista que resuenan en la instalación multimedia expuesta en el espacio “Cruce. Arte y Pensamiento Contemporáneo” de la ciudad de Madrid.
Las almas de otras mujeres, junto con sus historias trágicas encuentran voz en la obra de la artista y poeta Regina José Galindo a través de diversas performance concebidas durante el confinamiento. Detrás de la ventana (2020), Aparición (2020) y Monumento a las desaparecidas (2020) son algunas de las piezas creadas por la artista, ganadora del prestigioso premio «Robert Rauschenberg” en el 2021.
Algunas de estas obras, registro de las performance planificadas por la artista, han sido dirigidas a distancia y sin su participación directa debido a la imposibilidad de viajar de acuerdo a las restricciones impuestas por la emergencia sanitaria. Es el caso por ejemplo de la obra expuestas en Madrid y llevada a cabo en Las Palmas (Gran Canaria) y titulada Monumento a las desaparecidas. Se trata de monumentos vivos e impermanentes que evocan las mujeres víctimas de feminicidio a menudo asesinadas por sus parejas o ex parejas. Almas rememoradas a través de la presencia física de las performer cubiertas por mantos que se asemejan a espíritus evanescentes y cuyo silencio se interrumpe con el sonido de las castañuelas ejecutado por las 37 participantes, número que corresponde a las mujeres asesinadas en Baleares desde principios de año hasta junio del 2021. Gráciles, ensordecedoras, poderosas como un grito. «Nuestra mayor venganza – escribió Galindo – es seguir vivas», tocar, cantar, gritar es un acto de reivindicación y denuncia.
Prometeo Gallery de Ida Pisani, Via Ventura 6, Milán, Italia | www.prometeogallery.com
(Imagen: Régina José Galindo, Aparición, 2020)
RELATOS DE MUJERES ARMENIAS ISLAMIZADAS A LA FUERZA
Todo comenzó con la Batalla de los Dardanelos. La tensión interna estalló repentinamente una noche, tras el envenenamiento de cuatro mil soldados. Se culpó a los armenios del crimen y así dieron comienzo las maniobras del genocidio.
En mi pueblo sólo quedaban nueve personas, entre ellas mi abuelo. En cuanto empezaron los ataques, se pusieron en camino. Su única guía durante la travesía de varios meses fue la Estrella de la Mañana. Caminaron escrutándola. A lo largo del camino, utilizaron las botas que quitaron a los soldados que habían muerto de hambre y sobrevivieron comiendo los trozos de pan que encontraron en sus alforjas.
El genocidio se desarrolló por fases. Nuestro pueblo se llamaba Piran. Mi abuela me contaba que los soldados vinieron al pueblo para «contratar» jóvenes. Mintieron a los aldeanos: «Estamos a punto de salvar el país, vamos a construir palacios y edificios, necesitamos trabajadores armenios jóvenes y fuertes«, y prometieron paga doble. Días después, fue el turno de los niños pequeños y de sus padres, a quienes dijeron que tenían que limpiar una vez concluida la faena de los operarios. Esto sucedió justo después de la guerra de liberación, todo el mundo estaba sumido en la miseria. Cualquiera habría aceptado aquel trabajo. Aceptaron. Entonces, los soldados entraron repentinamente en los pueblos y agruparon a las mujeres armenias aún presentes y las condujeron hacia Newala Piwaza. Allí, las separaron, seleccionaron algunas y mataron las restantes a balazos.
Mi abuela Xanê fue una de aquellas mujeres. En cada hogar de nuestro pueblo había una «nuera» armenia. Los militares y los comerciantes las vendieron en las localidades en las que tuvo lugar el genocidio. Recuerdo que todas nuestras vecinas eran armenias. Pero no todas eran originarias de la región. Por ejemplo, había mujeres que habían sobrevivido a los convoyes armenios del desierto de Deir ez-Zor, en Siria. La mayoría de ellas no hablaba kurdo, sino turco. Todas aquellas mujeres habían sido islamizadas a la fuerza y más tarde las condujeron allí, en calidad de tercera o cuarta esposa, para utilizarlas como esclavas sexuales.
Dijeron a los kurdos «el que mata a siete armenios va al paraíso«. Teníamos un vecino llamado Aro. A pesar de su conversión al islam, fue decapitado por un kurdo encaprichado por su camisa y este tomó a su mujer Hawê como esclava sexual. Conocí a Hawê, lloraba todo el tiempo. Todas las mujeres tenían el sufrimiento grabado en el rostro… Saquearon todas las casas, se llevaron todos los utensilios. Años después del genocidio, cuando se celebraban bodas, algunos hombres y mujeres seguían vistiendo la ropa y las joyas robadas. Como decía mi abuela, aquellos objetos fueron sacados de las casas o de los lugares en los que se produjeron las masacres, fueron literalmente usurpados a lxs muertxs. Lavaban la ropa ensangrentada y luego se la ponían.
El hecho de tener vínculos de sangre tanto con los asesinos como con las víctimas crea una sensación aterradora. Mi abuela Xanê siempre me decía: «Nosotros fuimos el entremés, los kurdos serán el plato principal».
Fatikê, una cabeza que cortar
Imagina por un instante que, de repente, a consecuencia de unos sucesos acaecidos en tu lugar de origen, te conviertes en un extraño en tu propia tierra. La dolorosa historia de Fatikê es una entre tantas y su sufrimiento comienza cuando todavía llevaba pañales. Fatikê nació el día en que el convoy de armenixs del pueblo de Piran, en Mardin, fue masacrado en la zona forestal de Newala Pivaza. En brazos de su madre, su diminuto cuerpo de recién nacida, formaba parte del convoy hacia la muerte, era sin duda una de los «siete armenios» que todo musulmán que soñaba con el paraíso debía matar.
Alertados por los soldados que llamaban a todas las puertas, diciendo «hay cabezas que cortar», todos los aldeanos musulmanes cogieron sus espadas. Lxs armenixs, al escuchar aquellas palabras como preludio de una muerte cercana, miraron por última vez hacia los hogares en los que habían nacido y crecido, y se pusieron en camino. ¿Cómo adivinar el sentimiento de destrucción que pudieron sentir mientras avanzaban en aquel viaje hacia la muerte, recorriendo las calles que conocían desde siempre, caminando en fila india frente a quienes aguardaban impacientes para ocupar sus casas abandonadas? Una de las integrantes de aquel convoy era Fatikê, que ni tan siquiera había recibido un nombre. ¿Pero qué necesidad había de ponerle nombre? ¿No se cambiaban los nombres a las mujeres esclavizadas e islamizadas por la fuerza? Si su madre, que entregó con premura la recién nacida a su vecina Eyno, diciendo «ella al menos se salvará«, hubiese sabido todo lo que Fatikê tendría que soportar, ¿se la hubiese entregado, a pesar de todo?
Así comienza la historia de Fatikê, niña armenia cuyo verdadero nombre desconocemos y que se llamará como la hija de Mahomet.
Fatikê creció como hija adoptiva de Eyno y Sehmus. A los cinco años, la prometieron a su hijo Xeto, con el que se casaría años más tarde. Fatikê y Xeto, que habían crecido como hermano y hermana, vieron cómo finalizaba su vínculo fraterno y empezaron a prepararse para el papel de marido y mujer. Fatikê se vio repentinamente expulsada de una infancia inmersa en el silencio. Al cumplir los siete años vivió la experiencia más dolorosa de su vida. Sehmus, el padre de su «prometido de cuna» Xeto, abusó de ella sexualmente. Fatikê no se atrevió a hablar. A los doce años, cuando la familia quiso casarla con Xeto, mucho antes de la edad legal, Sehmus se opuso al matrimonio. La ceremonia se demoró durante tres años. Pero al final, Xeto secuestró a Fatikê. Ella acabó por confesarse a su suegra Eyno. Al enterarse del abuso, ésta la apartó de Xeto y casó a la pequeña con su violador, Sehmus.
Eyno, que no estaba orgullosa de haber obligado a casarse con su violador a la niña que había educado, abandonó la aldea y su pasado y se refugió en el palacio Qesra Hesenê Qenco, cerca de Mardin. En pocos años Eyno llegó a ser conocida en la región como sanadora alternativa y compró numerosas tierras. Al final de la guerra de liberación, la nueva Turquía se vio afectada por una hambruna. Eyno aprovechó las dificultades de Sehmus y se llevó a Fatikê con ella…
Xanê, la esclava del convoy de Deir ez-Zor
La hija de Bêdo, Xanê, cuyo nombre exacto era Xana Bêdo, era una de las mujeres en venta del convoy anatolio con destino al desierto de Deir ez-Zor, en Siria. Un gran número fueron asesinadas cerca de Mardin.
Xanê fue adquirida por Hesen, un mercader de mujeres, que podríamos calificar de “buitre de cadáveres armenios”. Se sometió a él, a condición de poder llevarse con ella a su hermano de 10 años. La vendieron a Şehmusê Heci en el pueblo de Piran y mientras luchaba por sobrevivir como segunda esposa, adjudicaron un nuevo nombre a su hermano; Muhammed. Xanê intentó aprender el kurdo y tuvo que enfrentarse al mismo tiempo a la discriminación de las otras mujeres, al sufrimiento que estas le infligían, y cada noche, a las violaciones de un hombre calificado como “esposo”. Xanê, que los aldeanos aún recuerdan por la belleza de su voz y de su físico, intentaba evacuar su pena cantando canciones armenias. Su hermanito se esforzaba en construir una nueva vida, con un nuevo nombre y una nueva religión.
Muhammed, habilidoso con las manos, comenzó a decorar objetos preciosos desde temprana edad y se ganó bien la vida. Aunque han transcurrido muchos años, en el pueblo todavía se habla de su talento y nos muestran sus molinos de calabacín. Muhammed fue también el primer niño del pueblo en estudiar. Se convirtió en mecánico de aviones y se mudó a Ankara. Se cuenta que la artista Neriman Güney podría ser la hija del niño armenio Muhammed…
Zeynê, Fatma et Muhtar Fatma y Hawê
Seguimos con el grupo destinado al desierto de Deir ez-Zor y descubrimos la historia de Zeynê, que nació como Maras, y al ver su vida destruida, inició una nueva. Se suicidó tras haber contado a su hijo lo sucedido.
En el mismo convoy iban Fatma y su hija Alis, cuyas vidas fueron confiscadas por los vecinos, ya que las vendieron a un padre y a su hijo.
La historia de una cierta Fatma -nombre elegido a menudo tras los cambios de identidad forzosos-, una armenia de Maras que, que tuvo que pelear desde su condición de mujer, una mujer que vendieron en el Kurdistán de la Turquía no turcófona, una región cuyos habitantes e idioma le eran desconocidos, acabaría siendo Muhtar [Muhtar: maxima autoridad electa de un barrio, de un pueblo] de siete pueblos.
En cuanto a Hawê, hija de Êgo, prisionera en su propia tierra, descubramos la historia de su vida, tras su matrimonio forzoso con Sex Ömer, un dignatario religioso que le impondrá el rezo, el Corán y el rosario, y que le hizo tres hijos que ella fue obligada a educar como eruditos religiosos.
Vestigios de vida de mujeres armenias, entre las cenizas del genocidio…
Fatma y su hija Alis
De este modo Fatma y su hija Alis fueron obligadas a unirse al enjambre de armenixs a quienes debían “cortar la cabeza” delante de sus familias. Mustafa, amigo del marido de Fatma desde hacía años, compró a ambas. Este mismo “amigo” saqueó su vivienda. Mustafa compró a Alis para su hijo Resul. Como si el sufrimiento de Fatma y Alis no bastase, tuvieron que padecer cada día las violencias físicas por parte de los hijos de Mustafa ya que estos no las soportaban. Madre e hija fueron explotadas, en el campo, en las vegas, incluso durante las jornadas de invierno. Y cuando finalizaban su trabajo, por la noche, sufrían las violaciones de los hombres que las habían comprado.
Así transcurrieron los años…Los hijos de Mustafa alimentaban su odio hacia Fatma. Un día la atraparon en el campo, aplastaron su cabeza a pedradas y la ocultaron bajo el gallinero. Los hijos no dijeron nada al padre y Mustafa la buscó en vano. Meses después encontraron el cuerpo de Fatma. Los hijos confesaron y Mustafa se vengó a través de Alis… “Confiscó” la hija que había comprado para su hijo Resul y la esposó mediante una ceremonia religiosa. La horrorosa historia de la vida de Alis siguió su curso habitual, simplemente hubo un cambio de torturador…
La vida mercantilizada de Zeynê
La historia de Zeynê es semejante a la de otras armenias de Maras que integraron el convoy Deir ez-Zor. Zeynê fue vendida por el mercader de mujeres Heciyê Merdini en Eminê Misto, el pueblo de Piran, adscrito a Mazidagi, en el distrito de Mardin. Puesto que Zeynê tenía dificultades para aprender el kurdo, se convirtió en el hazmerreír de todos. Zeynê se burlaba de su hijo porque hablaba muy deprisa y le decía automático, por lo que los aldeanos la apodaron “Zeynê la automática”. Zeynê, aprovechando que la gente del pueblo no hablaba turco, enseñó el idioma a su hijo y le contó todo lo que había vivido. Mujer armenia, Zeynê relató a su hijo la larga travesía del convoy, los días de hambre y sed, la masacre de su familia ante sus propios ojos, lxs niñxs violadxs, los saqueos, incluso las ropas sangrientas de los muertos. Luego se quitó la vida.
La primera muhtar de Turquía
Entre lxs armenixs que llegaron agrupadxs, en fila india, a Maras cerca de Mardin, estaba también Fatma, cuyo verdadero nombre desconocemos… Formaba parte del convoy de mujeres y hombres de Deir ez-Dor que respondieron a la siguiente pregunta “¿Islam o muerte?”, “muerte” y cayeron las balas. Fatma recibió unas cuantas. Teniendo en cuenta lo que tuvo que soportar, nos preguntamos si fue una suerte para ella sobrevivir.
Durante todo un día Fatma permaneció inconsciente entre los cadáveres. Recobró conocimiento ya de noche, con el ruido de los buitres carroñeros. Pero tuvo miedo de pedir socorro. Una mujer se le acercó para quitarle las ropas ensangrentadas. Fatma, cubriéndose la boca con la mano y con una mirada suplicante, imploró a la mujer que se callase. Acto seguido la mujer colocó a Fatma boca abajo, sobre la tripa, para que no se viese su rostro.
Fatma aprovechó la caída de la noche, se quitó de encima los cuerpos sin vida apilados sobre ella y comenzó a caminar. Los saqueadores, siempre presentes, continuaban afanándose y Fatma cayó en las redes de Heciyê Merdini, mercader de mujeres, el nuevo oficio del genocidio…Durante veinte días la retuvieron junto con otras mujeres, hacinadas como sardinas en casa de Heciyê Merdini. Fatma permaneció en aquella casa, que se iba llenando de clientes cada nuevo día y en la que vendían una a una a las mujeres que portaban aún ropas ensangrentadas. Cuando llegó su turno, Fatma fue comprada por Ebo, el inútil del pueblo de Tezne, que había oído hablar de la venta de mujeres y había aparecido con el dinero recolectado a diestra y a siniestra, endeudándose. Fatma fue esposada a Ebo. De este modo comenzó la nueva vida de Fatma, una mujer inteligente.
Fatma siguió los pasos de Ebo, llegó a su pueblo, que en otra época estuvo poblado de armenixs y de kurdxs. De modo que se encontró en un lugar en el que, con la súbita desaparición de la población armenia había desaparecido también su idioma, un pueblo en el que ella no podía comunicarse.
Transcurrieron los años. Fatma, que hablaba ya turco, aprendió el kurdo. Mientras tanto nació la República de Turquía. La presencia de un muhtar, representante de primer grado del estado, se había convertido en obligación, los soldados se pusieron a tocar todas las puertas para encontrar candidatos. Pero en el distrito de Mazidagi de Mardin nadie hablaba turco, salvo Fatma…Y así es como se convirtió, elegida por 7 pueblos, en la primera mujer muhtar. Exceptuando su nombre, Fatma jamás renunció a su cultura, a su religión. Y las palabras que repetía sin cesar, “Los armenios fueron el aperitivo, los kurdos serán el plato principal” resultó cierto años después. Llegaron nuevos tiempos, pero Fatma jamás renunció, estuvo siempre entre las personas influyentes que se enfrentaron a la quema de los pueblos kurdos y ocultó a miembros del Movimiento kurdo en su casa.
De repente Hawê se vio inmersa en el islam…
Un relato más de destrucción identitaria en la tierra natal…Hawê, la hija pequeña de Êgo vio con sus propios ojos cómo asesinaban a todos los miembros de su familia, incluido su padre. La obligaron a convertirse en la tercera esposa de Sex Ömer, que sin embargo había prometido a su padre que la protegería.
Hawê casada a temprana edad, se vio súbitamente transformada en una mujer con hiyab, cumpliendo con las obligaciones cotidianas de rezos, ayunando durante el mes de Ramadán. Con 15 años tuvo a su primer retoño y tuvo que transmitir la religión a sus tres hijos. Crecieron en el islam, se convirtieron en eruditos religiosos, leían el Corán de memoria, predicaban en la mezquita.
El hecho de que Hawê fuese armenia se convirtió en el secreto del pueblo, como una especie de “mancha oscura”, vetusta, siempre presente pero silenciada. Falleció con 95 años, pronunciando en su último aliento la shahāda [ La shahāda (en árabe,“testificar”) o profesión de fe islámica es la declaración de fe en un único Dios (Allāh, en árabe), de acuerdo con la fe islámica y las enseñanzas de Mahoma. … «No hay más dios que Alá, y Mahoma es su profeta»].