Exposición Destello de Andrés Denegri

Del 9 de junio de 2022 al 2 de julio de 2022 Martes a viernes, de 17:00 a 20:00, sábado de 11:00 a 14:00

Cruce inaugura el próximo jueves 9 de junio a las 19h la muestra individual del artista argentino Andrés Denegri comisariada por Mario Gutiérrez Cru. En colaboración con PROYECTOR.

Andrés Denegri, metamorfosis de lo continuo y lo discontinuo.
Por Paulo Pécora.

La fascinación generada por el cinematógrafo en sus primeros espectadores estaba provocada, entre otras cosas, por su capacidad paradójica de producir movimiento -o la ilusión de tal- a partir de la sumatoria de una serie de inmovilidades. El reposo se convertía en actividad, lo discontinuo en continuo: “Todo film nos suministra el claro ejemplo de una continuidad móvil, que solo está formada, en lo que se puede llamar su realidad un poco más profunda, de inmovilidades discontinuas. Zenón tenía razón en sostener que el análisis de un movimiento da como resultado una colección de detenciones”, describía el cineasta Jean Epstein en su libro “La inteligencia de una máquina”.

Gran parte de la obra fílmica e instalativa del artista visual Andrés Denegri está atravesada por la investigación de esa aparente paradoja, por el trabajo minucioso con el fragmento fotográfico, el fotograma estático y separado de su contexto, convertido en cuadro, y su transformación posterior en una totalidad plena y móvil, en imagen-movimiento que reintegra el sentido completo de una acción.

Si bien está volcado desde hace años a la construcción de instalaciones y esculturas fílmicas en las que pone en escena a la materia misma del film –el celuloide de 35, 16 o Super 8 milímetros- proyectándose y recorriendo el espacio de una sala a través de diversas estructuras y proyectores, Denegri desarrolla paralelamente una obra un poco más modesta en su presentación, menos volumétrica y maquínica pero igualmente signada por una indagación permanente en las potencialidades estéticas de la fotografía y la imagen fija.

“Destellos”, la muestra que expone ahora en el espacio Cruce de Madrid, es un ejemplo claro de esta línea de trabajo mucho más lúdica, libre y personal, en la que el artista argentino establece una fusión entre su vocación fotográfica, sus conocimientos cinematográficos, sus intereses políticos y literarios, y su inserción cada vez más firme en el mundo de las artes visuales. En ella se asiste –una vez más- a esa metamorfosis incesante de lo continuo en discontinuo y, a la inversa, de lo fijo en móvil. “Aquello de lo que se asombra la razón desde los eleatas es del hecho de que una realidad pueda acumular continuidad y discontinuidad, de que una sucesión sin fisura sea una suma de interrupciones, y de que la adición de inmovilidades produzca el movimiento”, añadía Epstein.

En la exposición de estos “diarios cuadro a cuadro”, como le gusta llamarlos, Denegri propone dos montajes simultáneos. El que se produce internamente entre los 3.500 fotogramas contenidos en cada cartucho de Super 8 que utiliza, y que él fotografía uno por uno, como si fueran instantes privilegiados. Y el que se genera en el espacio mismo de exhibición, donde pone en relación semántica una pequeña pantalla de video con la reproducción de sus films, uno o varios fotogramas ampliados e impresos en papel fotográfico, un relato ficcional breve y a veces, incluso, el pequeño carrete que contiene los 15 metros de celuloide de la filmación original, la copia única de su trabajo. 

En ese diálogo entre foto fija, movimiento, ficción y objetos en reposo, el espectador puede establecer sentidos sin condicionamientos, moviéndose por el espacio, acercándose o alejándose, y posando libremente su atención en cada una de sus partes individuales o en todas ellas a la vez. Denegri propone así múltiples interpretaciones sin imponer ninguna, abordando temáticas generales como las protestas en Argentina por el derecho al aborto, la memoria colectiva y el trabajo, en su serie “Tomar las calles”, o cuestiones más particulares como sus bitácoras de viajes y otras vivencias íntimas en “CDMX”, “Corumbé”, “El manso”, “Aeropuertos”, “Villa Ruiz” y “Moro”, casi una carta de amor a su perro galgo.

En todas ellas enfrenta al espectador a un desafío intelectual, dejándolo “huérfano” de definiciones o sentidos unívocos, sembrando pistas y proponiendo abordajes posibles, multiplicando la probabilidad de construcción de significados, sin subrayar ni destacar a ninguno. Pero el desafío principal es el perceptivo, ya que en ese parpadeo constante del mundo que lo rodea, en los destellos de esa fragmentación sistemática del espacio y el movimiento, su obra estimula la sensibilidad de quien la observa invitándolo a vivir una experiencia subjetiva, íntima, alejada de las convenciones perceptivas de una lógica de representación narrativa. 

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